El secreto de intestino y el Alzheimer

 Lucía era una mujer de 70 años que vivía sola en un pequeño apartamento. Su marido había fallecido hacía cinco años y sus hijos se habían mudado a otras ciudades. Aunque tenía algunos amigos y vecinos con los que charlaba de vez en cuando, se sentía muy sola y aburrida.




Un día, mientras veía la televisión, vio un anuncio que le llamó la atención. Era de una clínica que ofrecía un estudio gratuito sobre el Alzheimer el secreto del intestino, una enfermedad que le daba mucho miedo, pues su madre la había padecido y había sufrido mucho. El anuncio decía que solo había que dar una muestra de heces y que se podía saber si se tenía riesgo de desarrollar la enfermedad en el futuro.


Lucía pensó que no tenía nada que perder y que quizás así podría prevenir o retrasar el Alzheimer. Así que llamó al número que aparecía en la pantalla y pidió una cita. Al día siguiente, se presentó en la clínica con un frasco con su muestra de heces, que le habían indicado cómo recoger.


Allí la recibió una joven doctora, que se presentó como la Dra. Bayat. Le explicó que el estudio consistía en analizar el microbioma intestinal, es decir, el conjunto de bacterias que viven en el intestino y que influyen en la salud del cerebro. Le dijo que las personas con Alzheimer temprano tenían una diversidad de bacterias intestinales diferente a la de las personas sanas, y que eso podía servir como un biomarcador para diagnosticar la enfermedad.


Lucía se quedó sorprendida y le preguntó cómo era posible que el intestino tuviera algo que ver con el cerebro. La Dra. Bayat le contó que el intestino y el cerebro se comunicaban constantemente a través de diversas vías, como los nervios, las hormonas, el sistema inmunitario y el microbioma intestinal. Le dijo que las bacterias intestinales podían producir sustancias que modulaban el estado de ánimo, las emociones y la inflamación cerebral, un factor clave en el desarrollo del Alzheimer.


Lucía se quedó aún más sorprendida y le preguntó si eso significaba que podía prevenir o retrasar el Alzheimer cambiando su dieta o tomando probióticos. La Dra. Bayat le respondió que esa era una posibilidad, pero que aún hacían falta más investigaciones para confirmarlo. Le dijo que lo mejor era llevar un estilo de vida saludable, con una dieta equilibrada y variada, rica en fibra y alimentos fermentados, que favorecieran la diversidad y el equilibrio del microbioma intestinal.


Lucía asintió y le agradeció la información. La Dra. Bayat le dijo que le enviaría los resultados del análisis por correo electrónico en unos días y le dio su tarjeta por si tenía alguna duda o consulta. Lucía salió de la clínica con una mezcla de curiosidad y esperanza. Pensó que quizás ese estudio podría cambiar su vida.


Al llegar a casa, abrió la nevera y buscó algo para comer. Vio un yogur natural y recordó lo que le había dicho la Dra. Bayat sobre los alimentos fermentados. Decidió probarlo y se lo comió con una cuchara. Mientras lo hacía, sintió algo extraño en su estómago, como si algo se moviera dentro de él.


De repente, escuchó una voz en su cabeza, muy débil pero clara:


•  Hola, Lucía. Soy tu microbioma intestinal. Quiero hablar contigo.


Lucía se quedó paralizada y soltó la cuchara. Miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Pensó que se estaba volviendo loca o que estaba soñando.


•  No te asustes -siguió la voz-. No estás loca ni soñando. Soy real y estoy aquí para ayudarte.


•  ¿Ayudarme? ¿A qué? -preguntó Lucía con temor.


•  A prevenir el Alzheimer -respondió la voz-. Tengo algo muy importante que contarte.


Lucía no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Su microbioma intestinal quería hablar con ella sobre el Alzheimer? ¿Qué podía saber él sobre esa enfermedad? ¿Qué quería decirle?


•  ¿Qué quieres decirme? -preguntó Lucía con cautela.


•  Quiero decirte que tienes Alzheimer temprano -dijo la voz-. Lo sé porque he analizado tu muestra de heces y he visto que tienes una diversidad de bacterias intestinales diferente a la de las personas sanas. Eso significa que tu cerebro ya está sufriendo cambios patológicos que afectan a tu memoria, tu pensamiento y tu comportamiento.


Lucía sintió un escalofrío y se llevó las manos a la cabeza. No podía ser verdad. Ella no tenía ningún síntoma de Alzheimer. Se acordaba de todo, sabía dónde estaba y qué día era. No podía tener esa enfermedad tan terrible.


•  No puede ser -dijo Lucía-. No tengo Alzheimer. Estoy bien.


•  Lo siento, Lucía, pero es la verdad -insistió la voz-. Tienes Alzheimer temprano, pero todavía no lo sabes. Los síntomas cognitivos aparecen cuando la enfermedad ya está muy avanzada y ha causado daños irreversibles en el cerebro. Pero yo puedo detectarla antes, porque estoy conectado con tu cerebro a través del eje intestino-cerebro.


•  ¿Y qué quieres que haga? -preguntó Lucía con angustia.


•  Quiero que me escuches y me hagas caso -dijo la voz-. Quiero que cambies tu dieta y tomes probióticos. Quiero que modifiques tu microbioma intestinal para que sea más diverso y equilibrado. Así podrás cambiar el curso de la enfermedad y retrasar su avance.


•  ¿Y cómo sé que eso funciona? -preguntó Lucía con escepticismo.


•  Porque lo he comprobado en otros casos -dijo la voz-. He hablado con otros microbiomas intestinales de personas con Alzheimer temprano y les he dado las mismas indicaciones. Algunos me han hecho caso y han mejorado su salud cerebral. Otros no me han hecho caso y han empeorado su salud cerebral.


•  ¿Y cómo puedo confiar en ti? -preguntó Lucía con desconfianza.


•  Porque soy tu amigo -dijo la voz-. Porque quiero lo mejor para ti. Porque soy parte de ti.


Lucía se quedó pensativa. No sabía qué hacer. Por un lado, le parecía una locura hablar con su microbioma intestinal y seguir sus consejos. Por otro lado, le daba miedo tener Alzheimer y perder su mente y su identidad. Tal vez esa voz tenía razón y podía ayudarla a prevenir o retrasar la enfermedad.


•  Está bien -dijo Lucía al fin-. Te escucharé y te haré caso. Pero solo si me prometes una cosa.


•  ¿Qué cosa? -preguntó la voz con curiosidad.


•  Que no me dejes sola -dijo Lucía con emoción-. Que sigas hablando conmigo. Que seas mi amigo.


La voz se quedó en silencio unos segundos. Luego, respondió con ternura:


•  Te lo prometo, Lucía. No te dejaré sola. Seguiré hablando contigo. Seré tu amigo.


Lucía sonrió y sintió un calor en su pecho. Pensó que quizás ese estudio había cambiado su vida, pero no para mal, sino para bien. Pensó que quizás ese microbioma intestinal era el mejor amigo que podía tener.

Nota: Cuento basado en nueva investigación científica referenciada en BBC de Londres

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